martes, 4 de septiembre de 2007

Orígenes del cuento

El escuchar y el contar son necesidades primarias del ser humano. La necesidad de contar también resulta del deseo de hacerlo, del deseo de divertirse a sí mismo y divertir a los demás a través de la invención, la fantasía, el terror y las historias fascinantes. Es en este deseo humano en el cual la literatura tiene sus orígenes. Hans Magnus Enzensberger considera que el analfabeto primero, clásico, no sabía leer ni escribir, pero sabía contar. Era el depositario y transmisor de la tradición oral y, por lo tanto, el inventor de los mitos y leyendas.

La tradición oral y los cuentos populares
Las culturas de todos los tiempos tuvieron deseos de contar sus vidas y experiencias, así como los adultos tuvieron la necesidad de transmitir su sabiduría a los más jóvenes para conservar sus tradiciones y su idioma, y para enseñarles a respetar las normas ético-morales establecidas por su cultura ancestral, puesto que los valores del bien y del mal estaban encarnados por los personajes que emergían de la propia fantasía popular. Es decir, en una época primitiva en que los hombres se transmitían sus observaciones, impresiones o recuerdos, por vía oral, de generación en generación, los personajes de los cuentos eran los portadores del pensamiento y el sentimiento colectivo. De ahí que varios de los cuentos populares de la antigüedad reflejan el asombro y temor que sentía el hombre frente a los fenómenos desconocidos de la naturaleza, creyendo que el relámpago, el trueno o la constelación del universo poseían una vida análoga a la de los animales del monte. Empero, a medida que el hombre va descubriendo las leyes físicas de la naturaleza y la sociedad, en la medida en que avanza la ciencia y el conocimiento de la verdad, se va dando cuenta de que el contenido de los cuentos de la tradición oral, más que narrar los acontecimientos reales de una época y un contexto determinados, son productos de la imaginación del hombre primitivo; más todavía, los cuentos que corresponden a la tradición oral, además de haber sufrido modificaciones con el transcurso del tiempo, no tienen forma definitiva ni única, sino fluctuante y variada: a la versión creado por el primer narrador, generalmente anónimo, se agregan los aciertos y torpezas de otros narradores que, a su vez, son también anónimos. Las modificaciones tampoco han sido iguales en todos los tiempos y lugares, de manera que existen decenas y acaso centenas de versiones de un mismo cuento.

"El cuento -en general- es una narración de lo sucedido o de lo que se supone sucedido", dice Juan Valera. Esta definición admite dos posibilidades aplicables a la forma y el contenido: cuento sería la narración de algo acontecido o imaginado. La narración expuesta oralmente o por escrito, en verso o en prosa. Cuento es lo que se narra, de ahí la relación entre contar y hablar (fabular, fablar, hablar). Es también necesario añadir que, "etimológicamente, la palabra cuento, procede del término latino computare, que significa contar, calcular; esto implica que originalmente se relacionaba con el cómputo de cifras, es decir que se refería, uno por uno o por grupos, a los objetos homogéneos para saber cuántas unidades había en el conjunto. Luego, por extensión paso a referir o contar el mayor o menor número de circunstancias, es decir lo que ha sucedido o lo que pudo haber sucedido, y, en este último caso, dio lugar a la fabulación imaginaria" (Cáceres, A., 1993, p. 4).

Ningún género literario ha tenido tanto significado como los cuentos populares en la historia de la literatura universal. El cuento, a diferencia del episodio único de la fábula o la exaltación de seres extraordinarios del mito y la leyenda, tiene muchos más episodios y un margen más amplio que permiten explayar personajes y acciones diversas. Otra diferencia es que el resultado final de los cuentos no siempre es optimista o feliz como en la fábula, la leyenda y el mito, cuyos atributos son la valentía, la inteligencia y el heroísmo de sus personajes. En el mundo del cuento todo es posible, pues tanto el transmisor como el receptor saben que el cuento es una ficción que toma como base la realidad, pero que en ningún caso es una verdad a secas.
No obstante, la sabiduría del pueblo no ha titubeado, desde que el mundo es mundo, en aceptar como verdad el argumento de la leyenda, el mito y la fábula hechos cuentos, ya que sus personajes y acciones recogen las narraciones contadas -y quizá cantadas- por el pueblo. Es tal sentido, el relato oral fue durante siglos el único vehículo de transmisión del cuento, no sólo para deleite de los mayores, sino también para la distracción de los niños, debido a que el cuento contiene elementos fantásticos, que cumplen la función de entretener a los oyentes y enseñarles a diferenciar lo que es bueno y lo que es malo.

El origen del cuento se remonta a tiempos tan lejanos que resulta difícil indicar con precisión una fecha aproximada de cuándo alguien creó el primer cuento. Se sabe, sin embargo, que los más antiguos e importantes creadores de cuentos que hoy se conocen han sido los pueblos orientales. Desde allí se extendieron a todo el mundo, narrados de país en país y de boca en boca. Este origen oriental se puede aún hoy reconocer sin dificultad en muchos de los cuentos que nos han maravillado desde niños, y que todavía los leemos o narramos. Así, en muchos casos son orientales sus personajes, sus nombres y su manera de vestir, sus bosques o sus casas y también su forma de comportarse, su mentalidad y, en muchos casos, la "moral" del cuento. Y, por último, es también típica del mundo oriental la manera de entender y de vivir la vida reflejada en los cuentos.

Cuentos orientales

Las colecciones más importantes y conocidas de cuentos orientales traídos a Europa y de Europa a América son: "Las mil y una noches" y "Calila y Dimna". Una y otra fue motivo de versiones, adaptaciones o imitaciones por parte de las literaturas europeas, desde las mediterráneas hasta las anglosajonas. Es más, "la palabra contar, con la significación de referir hechos, se la encuentra ya en el ‘Calila y Dimna’, cuya versión castellana data aproximadamente del año 1261. En realidad el ‘Calila y Dimna’ es una de las más extensas y originales colecciones de apólogos orientales; al parecer su recopilador Barzuyeh, médico de Cosroes I, rey de Persia, dio a conocer la existencia de estos apólogos entre los años 531 y 570. Cabe recordar que el apólogo es la forma más antigua con que se conoce el cuento; en tal sentido, el apólogo también es definido como una ficción narrada, más concretamente como un hecho real del que se puede sacar una enseñanza moral (Cáceres, A., 1993, p. 4).

Ya en el siglo X, los primeros cuentos de origen árabe y persa llegaron a Europa en boca de mercaderes, piratas y esclavos. Más tarde, éstos mismos, diseminados en disímiles versiones, llegaron a otros continente tras la circunnavegación y el descubrimiento. La prueba está en que un mismo cuento puede encontrarse en distintos países; por ejemplo, "La Cenicienta", que probablemente honda sus raíces en los albores de la lucha de clases, conoce más de trescientas variantes, y deducir su verdadero origen, como la de muchos otros cuentos -entre ellos del germano "Rosa Silvestre" y el francés "La bella durmiente del bosque", que son variantes de un mismo tema-, sería un cometido casi imposible. Asimismo, muchos de los cuentos folklóricos, como los compilados por los hermanos Grimm y Charles Perrault, no tienen autores ni fechas, y aunque en un principio hubiesen sido invenciones de algunos cuentistas anónimos, en nada contribuiría a nuestro análisis, ya que estos cuentos, con el transcurso del tiempo, sufrieron una serie de modificaciones según las costumbres y creencias religiosas de cada época y cultura.

Existen varias teorías acerca del origen de los cuentos, pero se sabe que muchos de ellos tienen su origen en el lejano Oriente. Los primeros cuentos árabes se hallan impresos en rollos de papiro desde hace más de 4.000 años. Aquí se menciona por primera vez a las hadas que, según cuenta la tradición, aparecían en el nacimiento de un niño para ofrecerle regalos y señalarle el camino de la dicha o la desgracia, como en el príncipe condenado a muerte, que data de 1500 años antes de J. C. No en vano Montegut se adelantó en decir que, las hadas tienen su origen en Persia, "en ese pueblo espiritual, sutil y voluptuoso, el más fino de Asía. Salieron de esos enjambres de espíritu elementales que hizo nacer la doctrina del dualismo y obedecieron a los encantamientos y a las invocaciones de los magos. Ahí pasaron su larga y voluptuosa infancia jugando en la luz, en un aire seco y puro en todos los países con el polvo del Irán, en donde se detuvieron los viajeros y los extranjeros que las llevaron con ellas, sin saberlo, en el pliegue de sus ropas, en un pliegue de su turbante y las sacudieron en seguida, junto con el polvo llevado del Irán, en donde se detuvieron" (Montegut, E., 1882, p. 654).

Los cuentos de procedencia oriental, como los cuentos de hadas que tienen su origen en las leyendas y el folklore de los primeros tiempos, tienen el soporte de la fantasía y comienzan de una forma tradicional: "Érase una vez, un rey en Egipto que no tenía ningún hijo... Hace mucho, muchísimos años, en un lejano país del Oriente, allá donde el sol asoma cada mañana con su cara de oro y fuego, hubo un rey muy poderoso y cruel...". Lo que sigue a continuación no es más que la fusión de la realidad y la fantasía, del mito y la leyenda; fuentes de las cuales bebieron poetas y cuentistas, como si hubiesen mamado de una misma madre, quizá por eso existe tanto parecido entre los libros de unos y de otros.

Las mil y una noches

El lejano Oriente fue también la cuna de "Las mil y una noches", célebre colección de cuentos que nos abre las puertas de un mundo lleno de encantos y alucinaciones, narraciones de aventuras fascinantes que proceden de siglos diferentes y cuya redacción definitiva es posterior al siglo XVI. "Las mil y una noches" es, pues, una creación colectiva de árabes, persas, judíos y egipcios, que escribieron en un estilo popular, lleno de expresiones que no pertenecen al árabe clásico, y aún a veces haciendo uso de dialectos, como en el cuento de "Aladino y la lámpara maravillosa", que fue escrito en dialecto siríaco.

Esta colección de cuentos que pinta poéticamente la vida de los hombres del Oriente, y, particularmente, la astucia de las mujeres del harén, es una joya literaria y una "caja de Pandora", que encierra las figuras más inverosímiles de la imaginación y la fantasía. De principio a fin, los cuentos están cargados de un enorme poder sugestivo, a pesar de que la historia se inicia con un rey, quien en venganza del daño que le causó su primera esposa, da muerte a las demás una vez celebrada la noche de bodas, hasta el día en que contrae matrimonio con la hija del visir de su reino, con la joven y hermosa Schahrazada, quien, para evitar su muerte, relata a su hermana Doniazada y a su esposo, el rey, los episodios de una historia que se prolonga durante mil y una noches -y no mil-, seguramente debido a las supersticiones que los árabes tienen con relación a los números enteros, misterio numérica que se conserva hasta nuestros días.

Según las primeras versiones, la historia de "Las mil y una noches" comienza cuando "el Rey Schahzamán sorprende una noche a su mujer tendida en el lecho, abrazada con un esclavo, y, desenvainando el alfanje, los deja a ambos muertos sobre los tapices de la cama. Entonces sale a visitar a su hermano, el poderoso Rey Schahriar. Llega entristecido pero trata de mantener en secreto los acontecimientos. Por casualidad, un día se asoma a una ventana en el palacio y ve a la mujer de su hermano entregada a libertinajes aún más escandalosos que los de su propia mujer. Al verlo, su humor se levanta un poco, y va a compartir con el inocente Schahriar su desgracia común. Habiéndose cerciorado de los hechos, Schahriar parte con su huésped para pensar sobre lo que harían. Los dos hermanos marchan día y noche hasta que llegan a descansar debajo de un árbol, en medio de una solitaria pradera junto al mar. Luego ven brotar del mar una negra columna de humo. Asustados, los reyes suben a la cima del árbol y miran. La columna se convierte en un efrit -una especie de genio- quien abre una caja de la cual aparece enseguida una joven de espléndidas proporciones. El efrit cae dormido y la jovencita señala a los dos reyes para que desciendan. Les enseña un collar compuesto de quinientos setenta anillos cuyos dueños la habían poseído a ella junto a los cuernos insensibles del efrit. Reclama también los anillos de los dos hermanos y explica que pese a las precauciones extraordinarias tomadas por su raptor, siempre ha sido capaz de burlarle, tan fuerte es la habilidad de una mujer, una vez que tiene ganas de hacer algo. Ese intervalo milagroso puede entenderse como una clase de vuelo de fantasía del Rey Schahriar, indicativo del crecer de un profundo y agrio recelo contra todas las mujeres. De este modo el rey experimenta una fuerte transformación, y su primer acto al volver a casa es mandar degollar a su esposa. Enseguida ordena a su visir que cada noche le lleve una joven virgen. Y cada noche, después de arrebatarle su virginidad, manda que la maten. Esto continúa durante tres años, hasta que se agota la provisión de vírgenes en el reino, salvo las dos hijas doncellas del visir mismo. La mayor se llama Schahrazada y la menor Doniazada. Schahrazada propone a su padre para casarse con el rey, con la esperanza de ser el rescate de muchas otras de entre las manos del rey. El visir lo acepta con mucho dolor, y la lleva al rey. Al llegar la hora fatídica, Schahrazada implora al rey que le permita despedirse de su querida hermana. Schahriar tiene piedad y mientras le arrebata su virginidad, sus sirvientes van en búsqueda de Doniazada. La joven, una vez llegada, pide de Schahrazada un cuento de despedida y el rey nuevamente accede. La astuta hija del visir empieza a contar una historia, pero la deja incompleta. Así coacciona al rey, quien, movido por la curiosidad, le permite vivir otro día para que la historia sea terminada. Y de esta manera Schahrazada procura narrar sus relatos intrincados y encantadores, noche tras noche, durante mil noches y una noche" (Heisig, J.W., 1976, p. 100-101).

Como es de suponer, Scheherazada no sólo apacigua la crueldad del rey y salva a su pueblo de un baño de sangre, sino también teje con el ovillo de su imaginación una historia detrás de otra, con cíclopes de un solo ojo, aves gigantes y ballenas que ponen en peligro la vida de "Simbad, el marino", o en las cuales la simple pronunciación de palabras mágicas transforman a los humanos en bestias y a las bestias en humanos, como en "La historia de los tres viejos". Se tratan de cuentos fantásticos en los que las alfombras, cajas, mujeres y caballos vuelan cual pájaros hasta desvanecerse en el aire, como en "El caballo volador", o cuyas fórmulas mágicas abren montañas y descubren riquezas en deslumbrantes cantidades, como en "Alí Baba y los cuarenta ladrones". En estos cuentos no es raro que un cofre abandonado en la cima de un monte conduzca a un sótano rodeado de piedras preciosas y, ésta a su vez, a unos jardines cuyos árboles dan frutos de oro macizo, como en "Aladino y la lámpara maravillosa". Los genios, nacidos del cuello de una botella para castigar a los malos y premiar a los buenos, aparecen y desaparecen en los remolinos de polvo y entre la copa de los árboles, como en "El mercader y el genio" o "El ladrón de Bagdad", donde un genio, mofletudo y de aspecto bondadoso, emerge de la boquilla de una lámpara, rodeado de un luminoso halo de luz, para hacer rico al pobre y pobre al codicioso. Con seguridad, muchos recuerdan todavía estas palabras: "¡Abrete Sesamo!" o las profecías del profeta Mohamed, quien lee el pensamiento de sus adversarios y descubre los secretos escondidos en el corazón humano.

Estos cuentos fantásticos, que tuvieron una gran importancia en Europa y el mundo, que han inspirado a los escritores de todos los tiempos y han deleitado a grandes y chicos, fueron traducidos por primera vez a un idioma occidental por el francés Antoine Galand, en doce volúmenes (1704-1717), los cuales no sólo se ciñeron a un texto único, sino a varios manuscritos que son piezas de un mismo mosaico. "Por otra parte, se han ido descubriendo los textos árabes de cuentos que se hallaban en las ediciones orientales conocidas, como el de ‘Aladino y la lámpara maravillosa’. En suma, se ha ido haciendo un minucioso trabajo de recopilación y de crítica" (Véase "Historia Universal de la Literatura", 1978, p. 98-99).
En la actualidad se conocen una infinidad de ediciones de "Las mil y una noches", con traducciones y adaptaciones destinadas a la infancia, sin que por esto se haya omitido o alterado lo más relevante de esta obra clásica: la fantasía.


Bibliografía.

Cáceres Romero, Adolfo: Las naranjas maquilladas... de Néstor Taboada Terán, Presencia Literaria, La Paz, 7 de marzo de 1993.
Heisig, J.W.: El cuento detrás del cuento, Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1976.
Historia Universal de la Literatura, Ed. Sopena, Barcelona, 1978.
Montegut, Emile: Des fèes et de leur littérature en France, Ed. Revuede Deux Mondes, Francia
, 1882.

Algunos aspectos del cuento por Julio Cortázar

Julio Cortázar (1914-1984)Algunos aspectos del cuento (Originalmente publicado en Diez años de la revista “Casa de las Américas”, nº 60, julio 1970, La Habana)
Me encuentro hoy ante ustedes en una situación bastante paradójica. Un cuentista argentino se dispone a cambiar ideas acerca del cuento sin que sus oyentes y sus interlocutores, salvo algunas excepciones, conozcan nada de su obra. El aislamiento cultural que sigue perjudicando a nuestros países, sumado a la injusta incomunicación a que se ve sometida Cuba en la actualidad, han determinado que mis libros, que son ya unos cuantos, no hayan llegado más que por excepción a manos de lectores tan dispuestos y tan entusiastas como ustedes. Lo malo de esto no es tanto que ustedes no hayan tenido oportunidad de juzgar mis cuentos, sino que yo me siento un poco como un fantasma que viene a hablarles sin esta relativa tranquilidad que da siem­pre el saberse precedido por la labor cumplida a lo largo de los años. Y esto de sentirse como un fantasma debe ser ya perceptible en mi, porque hace unos días una señora argentina me é aseguró en el hotel Riviera que yo no era julio Cortázar, y ante mi estupefacción agregó que el auténtico Julio Cortázar es un señor de cabellos blancos, muy amigo de un pariente suyo, y que no se ha movido nunca de Buenos Aires. Como yo hace doce' años que resido en París, comprenderán ustedes que mi calidad espectral se ha intensificado notablemente después de esta revelación. Si de golpe desaparezco en mitad de una frase, no me sorprenderé demasiado; y a lo mejor salimos todos ganando. Se afirma que el deseo más ardiente de un fantasma es recobrar por lo menos un asomo de corporeidad, algo tangible que lo devuelva por un momento a su vida de carne y hueso. Para lograr un poco de tangibilidad ante ustedes, voy a decir en pocas palabras cuál es la dirección y el sentido de mis cuentos. No lo hago por mero placer informativo, porque ninguna reseña teórica puede sustituir la obra en sí; mis razones son más importantes que ésa.Puesto que voy a ocuparme de algunos aspectos del cuento como género literario, y es posible que algunas de mis ideas sorprendan o choquen a quienes las lean, me parece de una elemental honradez definir el tipo de narración que me interesa, señalando mi especial manera de entender el mundo. Casi todos los cuentos que he escrito pertenecen al género llamado fantástico por falta de mejor nombre, y se oponen a ese falso realismo que consiste en creer que todas las cosas pueden describirse y explicarse como lo daba por sentado el optimismo filosófico y científico del siglo XVIII, es decir, dentro de un mundo regido más o menos armoniosamente por un sistema de leyes, de principios, de relaciones de causa y efecto, de psicologías definidas, de geografía bien cartografiadas. En mi caso, la sospecha de otro orden más secreto y menos comunicable, y el fecundo descubrimiento de Alfred Jarry, para quien el verdadero estudio de la realidad no residía en las leyes sino en las excepciones a esas leyes, han sido algunos de los principios orientadores de mi búsqueda personal de una literatura al margen de todo realismo demasiado ingenuo. Por eso, si en las ideas que siguen encuentran ustedes una predilección por todo lo que en el cuento es excepcional, trátese de los temas o incluso de las formas expresivas, creo que esta presentación de mi propia manera de entender el mundo explicará mi toma de posesión y mi enfoque del problema. En último extremo podrá decirse que solo he hablado del cuento tal y como yo lo practico. Y sin embargo, no creo que sea así. Tengo la certidumbre de que existen ciertas constantes, ciertos valores que se aplican a todos los cuentos, fantásticos o realistas, dramáticos o humorísticos. Y pienso que tal vez sea posible mostrar aquí esos elementos invariables que dan a un buen cuento su atmósfera peculiar y su calidad de obra de arte. La oportunidad de cambiar ideas acerca del cuento me interesa por diversas razones. Vivo en un país —Francia— donde este género tiene poca vigencia, aunque en los últimos años se nota entre escritores y lectores un interés creciente por esa forma de expresión. De todos modos, mientras los críticos siguen acumulando teorías y manteniendo enconadas polémicas acerca de la novela, casi nadie se interesa por la problemática del cuento. Vivir como cuentista en un país donde esta forma expresiva es un producto casi exótico, obliga forzosamente a buscar en otras literaturas el alimento que allí falta. Poco a poco, en sus textos originales o mediante traducciones, uno va acumulando casi rencorosamente una enorme cantidad de cuentos del pasado y del presente, y llega el día en que puede hacer un balance, intentar una aproximación valorativa a ese género de tan difícil definición, tan huidizo en sus múltiples y antagónicos aspectos, y en última instancia tan secreto y replegado en sí mismo, caracol del lenguaje, hermano misterioso de la poesía en otra dimensión del tiempo literario. Pero además de ese alto en el camino que todo escritor debe hacer en algún momento de su labor, hablar del cuento tiene un interés especial para nosotros, puesto que casi todos los países americanos de lengua española le están dando al cuento una importancia excepcional, que jamás había tenido en otros países latinos como Francia o España. Entre nosotros, como es natural en las literaturas jóvenes, la creación espontánea precede casi siempre al examen crítico, y está bien que así sea. Nadie puede pretender que los cuentos solo deban escribirse luego de conocer sus leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco incasillable; en segundo lugar los teóricos y los críticos no tienen por qué ser los cuentistas mismos, y es natural que aquellos solo entren en escena cuando exista ya un acervo, un acopio de literatura que permita indagar y esclarecer su desarrollo y sus cualidades. En América, tanto en Cuba como en Méjico o Chile o Argentina, una gran cantidad de cuentistas trabaja desde comienzos de siglo, sin conocerse entre sí, descubriéndose aveces de manera casi póstuma. Frente a ese panorama sin coherencia suficiente, en el que pocos conocen a fondo la labor de los demás, creo que es útil hablar del cuento por encima de las particularidades nacionales e internacionales, porque es un género que entre nosotros tiene una importancia y una vitalidad que crecen de día en día. Alguna vez se harán las antologías definitivas -como las hacen los países anglosajones, por ejemplo- y se sabrá hasta dónde hemos sido capaces de llegar. Por el momento no me parece inútil hablar del cuento en abstracto, como género literario. Si nos hacemos una idea convincente de esa forma de expresión literaria, ella podrá contribuir a establecer una escala de valores para esa antología ideal que está por hacerse. Hay demasiada confusión, demasiados malentendidos en este terreno. Mientras los cuentistas siguen adelante su tarea, ya es tiempo de hablar de esa tarea en sí misma, al margen de las personas y de las nacionalidades. Es preciso llegar a tener una idea viva de lo que es el cuento, y eso es siempre difícil en la medida en que las ideas tienden a lo abstracto, a desvitalizar su contenido, mientras que a su vez la vida rechaza angustiada ese lazo que quiere echarle la conceptualización para fijarla y categorizarla. Pero si no tenemos una idea viva de lo que es el cuento habremos perdido el tiempo, porque un cuento, en última instancia, se mueve en ese plano del hombre donde la vida y la expresión escrita de esa vida libran una batalla fraternal, si se me permite el término; y el resultado de esa batalla es el cuento mismo, una síntesis viviente a la vez que una vida sintetizada, algo así como un temblor de agua dentro de un cristal, una fugacidad en una permanencia. Solo con imágenes se puede trasmitir esa alquimia secreta que explica la profunda resonancia que un gran cuento tiene entre nosotros, y que explica también por qué hay muchos cuentos verdaderamente grandes. Para entender el carácter peculiar del cuento se le suele comparara con la novela, género mucho más popular y sobre le cual abundan las preceptivas. Se señala, por ejemplo, que la novela se desarrolla en el papel, y por lo tanto en el tiempo de la lectura, sin otro límite que el agotamiento de la materia novelada; por su parte, el cuento parte de la noción de límite, y en primer término de límite físico, al punto que en Francia, cuando un cuento excede las veinte páginas, toma ya el nombre de nouvelle, género a caballo entre el cuento y la novela propiamente dicha. En ese sentido, al novela y el cuento se dejan comparar analógicamente con el cine y la fotografía, en la medida en que una película es en principio un “orden abierto”, novelesco, mientras que una fotografía lograda presupone una ceñida limitación previa, impuesta en parte por el reducido campo que abarca la cámara y por la forma en que el fotógrafo utiliza estéticamente esa limitación. No sé si ustedes han oído hablar de su arte a un fotógrafo profesional; a mí siempre me ha sorprendido el que se exprese tal como podría hacerlo un cuentista en muchos aspectos. Fotógrafos de la calidad de un Cartier-Bresson o de un Brasai definen su arte como una aparente paradoja: la de recortar un fragmento de la realidad, fijándolo determinados límites, pero de manera tal que ese recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia, como una visión dinámica que trasciende espiritualmente el campo abarcado por la cámara. Mientras en el cine, como en la novela, la captación de esa realidad más amplia y multiforme se logra mediante el desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no excluyen, por supuesto, una síntesis que dé el “clímax” de la obra, en una fotografía o en un cuento de gran calidad se procede inversamente, es decir que el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sean significativos, que no solamente valgan por sí mismos, sino que sean capaces de actuar en el espectador o en el lector como una especie de apertura, de fermento que proyecta la inteligencia y la sensibilidad hacia algo que va mucha más allá de la anécdota visual o literaria contenidas en la foto o en el cuento. Un escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out. Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases. No se entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario. Tomen ustedes cualquier gran cuento que prefieran, y analicen su primera página. Me sorprendería que encontraran elementos gratuitos, meramente decorativos. El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no tiene por aliado al tiempo; su único recurso es trabajar en profundidad, verticalmente, sea hacia arriba o hacia abajo del espacio literario. Y esto, que así expresado parece una metáfora, expresa sin embargo lo esencial del método. El tiempo del cuento y el espacio del cuento tienen que estar como condenados, sometidos a una alta presión espiritual y formal para provocar esa “apertura” a que me refería antes. Basta preguntarse por qué un determinado cuento es malo. No es malo por el tema, porque en literatura no hay temas buenos ni temas malos, solamente hay un buen o un mal tratamiento del tema. Tampoco es malo porque los personajes carecen de interés, ya que hasta una piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka. Un cuento es malo cuando se lo escribe sin esa tensión que debe manifestarse desde las primeras palabras o las primeras escenas. Y así podemos adelantar ya que las nociones de significación, de intensidad y de tensión han de permitirnos, como se verá, acercarnos mejor a la estructura misma del cuento. Decíamos que el cuentista trabaja con un material que calificamos de significativo. El elemento significativo del cuento parecería residir principalmente en su tema, en el hecho de escoger un acaecimiento real o fingido que posea esa misteriosa propiedad de irradiar algo más allá de sí mismo, al punto que un vulgar episodio doméstico, como ocurre en tantos admirables relatos de una Katherine Mansfield o un Sherwood Anderson, se convierta en el resumen implacable de una cierta condición humana, o en el símbolo quemante de un orden social o histórico. Un cuento es significativo cuando quiebra sus propios límites con esa explosión de energía espiritual que ilumina bruscamente algo que va mucho más allá de la pequeña y a veces miserable anécdota que cuenta. Pienso, por ejemplo, en el tema de la mayoría de los admirables relatos de Antón Chéjov. ¿Qué hay allí que no sea tristemente cotidiano, mediocre, muchas veces conformista o inútilmente rebelde? Lo que se cuenta en esos relatos es casi lo que de niños, en las aburridas tertulias que debíamos compartir con los mayores, escuchábamos contar a los abuelos o a las tías; la pequeña, insignificante crónica familiar de ambiciones frustradas, de modestos dramas locales, de angustias a la medida de una sala, de un piano, de un té con dulces. Y sin embargo, los cuentos de Katherine Mansfield, de Chéjov, son significativos, algo estalla en ellos mientras los leemos y nos proponen una especie de ruptura de lo cotidiano que va mucho más allá de la anécdota reseñada. Ustedes se han dado ya cuenta de que esa significación misteriosa no reside solamente en el tema del cuento, porque en verdad la mayoría de los malos cuentos que todos hemos leído contienen episodios similares a los que tratan los autores nombrados. La idea de significación no puede tener sentido si no la relacionamos con las de intensidad y de tensión, que ya no se refieren solamente al tema sino al tratamiento literario de ese tema, a la técnica empleada para desarrollar el tema. Y es aquí donde, bruscamente, se produce el deslinde entre el buen y el mal cuentista. Por eso habremos de detenernos con todo el cuidado posible en esta encrucijada, para tratar de entender un poco más esa extraña forma de vida que es un cuento logrado, y ver por qué está vivo mientras otros, que aparentemente se le parecen, no son más que tinta sobre papel, alimento para el olvido. Miremos la cosa desde el ángulo del cuentista y en este caso, obligadamente, desde mi propia versión del asunto. Un cuentista es un hombre que de pronto, rodeado de la inmensa algarabía del mundo, comprometido en mayor o en menor grado con la realidad histórica que lo contiene, escoge un determinado tema y hace con él un cuento. Este escoger un tema no tan es sencillo. A veces el cuentista escoge, y otras veces siente como si el tema se le impusiera irresistiblemente, lo empujara a escribirlo. En mi caso, la gran mayoría de mis cuentos fueron escritos —cómo decirlo— al margen de mi voluntad, por encima o por debajo de mi consciencia razonante, como si yo no fuera más que un médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena. Pero eso, que puede depender del temperamento de cada uno, no altera el hecho esencial, y es que en un momento dado hay tema, ya sea inventado o escogido voluntariamente, o extrañamente impuesto desde un plano donde nada es definible. Hay tema, repito, y ese tema va a volverse cuento. Antes que ello ocurra, ¿qué podemos decir del tema en sí? ¿Por qué ese tema y no otro? ¿Qué razones mueven consciente o inconscientemente al cuentista a escoger un determinado tema? A mí me parece que el tema del que saldrá un buen cuento es siempre excepcional, pero no quiero decir con esto que un tema deba de ser extraordinario, fuera de lo común, misterioso o insólito. Muy al contrario, puede tratarse de una anécdota perfectamente trivial y cotidiana. Lo excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán; un buen tema atrae todo un sistema de relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el lector, una inmensa cantidad de nociones, entrevisiones, sentimientos y hasta ideas que flotan virtualmente en su memoria o su sensibilidad; un buen tema es como un sol, un astro en torno al cual gira un sistema planetario del que muchas veces no se tenía consciencia hasta que el cuentista, astrónomo de palabras, nos revela su existencia. O bien, para ser más modestos y más actuales a la vez, un buen tema tiene algo de sistema atómico, de núcleo en torno al cual giran los electrones; y todo eso, al fin y al cabo, ¿no es ya como una proposición de vida, una dinámica que nos insta a salir de nosotros mismos y a entrar en un sistema de relaciones más complejo y hermosos? Muchas veces me he preguntado cuál es la virtud de ciertos cuentos inolvidables. En el momento los leímos junto con muchos otros, que incluso podían ser de los mismos autores. Y he aquí que los años han pasado, y hemos vivido y olvidado tanto. Pero esos pequeños, insignificantes cuentos, esos granos de arena en el inmenso mar de la literatura, siguen ahí, latiendo en nosotros. ¿No es verdad que cada uno tiene su colección de cuentos? Yo tengo la mía, y podría dar algunos nombres. Tengo William Wilson de Edgar A. Poe; tengo Bola de sebo de Guy de Maupassant. Los pequeños planetas giran y giran: ahí está Un recuerdo de Navidad de Truman Capote; Tlön, Uqbar, Orbis Tertius de Jorge Luis Borges; Un sueño realizado de Juan Carlos Onetti; La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi; Cincuenta de los grandes, de Hemingway; Los soñadores, de Izak Dinesen, y así podría seguir y seguir... Ya habrán advertido ustedes que no todos esos cuentos son obligatoriamente de antología. ¿Por qué perduran en la memoria? Piensen en los cuentos que no han podido olvidar y verán que todos ellos tienen la misma característica: son aglutinantes de una realidad infinitamente más basta que la de su mera anécdota, y por eso han influido en nosotros con una fuerza que no haría sospechar la modestia de su contenido aparente, la brevedad de su texto. Y ese hombre que en un determinado momento elige un tema y hace con él un cuento será un gran cuentista si su elección contiene -a veces sin que él lo sepa conscientemente- esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande, de lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana. Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá en nosotros, dará su sombra en nuestra memoria. Sin embargo, hay que aclarar mejor esta noción de temas significativos. Un mismo tema puede ser profundamente significativo para un escritor, y anodino para otro; un mismo tema despertará enormes resonancias en un lector, y dejará indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas absolutamente significativos o absolutamente insignificantes. Lo que hay es una alianza misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto tema en un momento dado, así como la misma alianza podrá darse luego entre ciertos cuentos y ciertos lectores. Por eso, cuando decimos que un tema es significativo, como en el caso de los cuentos de Chejov, esa significación se ve determinada en cierta medida por algo que está fuera del tema en sí, por algo que está antes y después del tema. Lo que está antes es el escritor, con su carga de valores humanos y literarios, con su voluntad de hacer una obra que tenga un sentido; lo que está después es el tratamiento literario del tema, la forma en que el cuentista, frente a su tema, lo ataca y sitúa verbalmente y estilísticamente, lo estructura en forma de cuento, y lo proyecta en último término hacia algo que excede el cuento mismo. Aquí me parece oportuno mencionar un hecho que me ocurre con frecuencia, y que otros cuentistas amigos conocen tan bien como yo. Es habitual que en el curso de una conversación, alguien cuente un episodio divertido o conmovedor o extraño, y que dirigiéndose luego al cuentista presente le diga: “Ahí tienes un tema formidable para un cuento; te lo regalo.” A mí me han reglado en esa forma montones de temas, y siempre he contestado amablemente: “Muchas gracias”, y jamás he escrito un cuento con ninguno de ellos. Sin embargo, cierta vez una amiga me contó distraídamente las aventuras de una criada suya en París. Mientras escuchaba su relato, sentí que eso podía llegar a ser un cuento. Para ella esos episodios no eran más que anécdotas curiosas; para mí, bruscamente, se cargaban de un sentido que iba mucho más allá de su simple y hasta vulgar contenido. Por eso, toda vez que me he preguntado: ¿Cómo distinguir entre un tema insignificante —por más divertido o emocionante que pueda ser—, y otro significativo?, he respondido que el escritor es el primero en sufrir ese efecto indefinible pero avasallador de ciertos temas, y que precisamente por eso es un escritor. Así como para Marcel Proust el sabor de una magdalena mojada en el té abría bruscamente un inmenso abanico de recuerdos aparentemente olvidados, de manera análoga el escritor reacciona ante ciertos temas en la misma forma en que su cuento, más tarde, hará reaccionar al lector. Todo cuento está así predeterminado por el aura, por la fascinación irresistible que el tema crea en su creador. Llegamos así al fin de esta primera etapa del nacimiento de un cuento, y tocamos el umbral de su creación propiamente dicha. He aquí al cuentista, que ha escogido un tema valiéndose de esas sutiles antenas que le permiten reconocer los elementos que luego habrán de convertirse en obra de arte. El cuentista está frente a su tema, frente a ese embrión que ya es vida, pero que no ha adquirido todavía su forma definitiva. Para él ese tema tiene sentido, tiene significación. Pero si todo se redujera a eso, de poco serviría; ahora, como último término del proceso, como juez implacable, está esperando el lector, el eslabón final del proceso creador, el cumplimiento o fracaso del ciclo. Y es entonces que el cuento tiene que nacer puente, tiene que nacer pasaje, tiene que dar el salto que proyecte la significación inicial, descubierta por el autor, a ese extremo más pasivo y menos vigilante y muchas veces hasta indiferente que se llama lector. Los cuentistas inexpertos suelen caer en la ilusión de imaginar que les basta escribir lisa y llanamente un tema que los ha conmovido, para conmover a su turno a los lectores. Incurren en la ingenuidad de aquel que encuentra bellísimo a su hijo, y da por supuesto que todos los demás lo ven igualmente bello. Con el tiempo, con los fracasos, el cuentista capaz de superar esa primera etapa ingenua, aprende que en la literatura no bastan las buenas intenciones. Descubre que para volver a crear en el lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre muchas otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aisla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con sus circuntancias de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse este secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den su forma visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único, inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su sentido más primordial. Lo que llamo intensidad en un cuento consiste en la eliminación de todas las ideas o situaciones intermedias, de todos los rellenos o fases de transición que la novela permite e incluso exige. Ninguno de ustedes habrá olvidado El barril de amontillado, de Edgar A. Poe. Lo extraordinario de este cuento es la brusca prescindencia de toda descripción de ambiente. A la tercera o cuarta frase estamos en el corazón del drama, asistiendo al cumplimiento implacable de una venganza. Los asesinos, de Hemingway, es otro ejemplo de intensidad obtenida mediante la eliminación de todo lo que no converja esencialmente al drama. Pero pensemos ahora en los cuentos de Joseph Conrad, de D. H. Lawrence, de Kafka. En ellos, con modalidades típicas de cada uno, la intensidad es de otro orden, y yo prefiero darle el nombre de tensión. Es una intensidad que se ejerce en al manera con que el autor nos va acercando lentamente a lo contado. Todavía estamos muy lejos de saber lo que va a ocurrir en el cuento, y sin embargo no podemos sustraernos a su atmósfera. En el caso de El barril de amontillado y de Los asesinos, los hechos despojados de toda preparación saltan sobre nosotros y nos atrapan; en cambio, en un relato dmeorado y caudalosos de Henry James —La lección del maestro, por ejemplo— se siente de inmediato que los hechos en sí carecen de importancia, que todo está en las fuerzas que los desencadenaron, en la malla sutil que los precedió y los acompaña. Pero tanto la intensidad de la acción como la tensión interna del relato son el producto de lo que antes llamé el oficio de escritor, y es aquí donde nos vamos acercando al final de este paseo por el cuento. En mi país, y ahora en Cuba, he podido leer cuentos de los autores más variados: maduros o jóvenes, de la ciudad o del campo, entregados a la literatura por razones estéticas o por imperativos sociales del momento, comprometidos o no comprometidos. Pues bien, y aunque suene a perogrullada, tanto en la Argentina como aquí los buenos cuentos los están escribiendo quienes dominen el oficio en el sentido ya indicado. Un ejemplo argentino aclarará mejor esto. En nuestras provincias centrales y norteñas existe una larga tradición de cuentos orales, que los gauchos se transmiten de noche en torno al fogón, que los padres siguen contando a sus hijos, y que de golpe pasan por la pluma de un escritor regionalista y, en una abrumadora mayoría de casos, se convierten en pésimos cuentos. ¿Qué ha sucedido? Los relatos en sí son sabrosos, traducen y resumen la experiencia, el sentido del humor y el fatalismo del hombre de campo; algunos incluso se elevan a la dimensión trágica o poética. Cuando uno los escucha de boca de un viejo criollo, entre mate y mate, siente como una anulación del tiempo, y piensa que también los aedos griegos contaban así las hazañas de Aquiles para maravilla de pastores y viajeros. Pero en ese momento, cuando debería surgir un Homero que hiciese una Iliada o una Odisea de esa suma de tradiciones orales, en mi país surge un señor para quien la cultura de las ciudades es un signo de decadencia, para quien los cuentistas que todos amamos son estetas que escribieron para el mero deleite de clases sociales liquidadas, y ese señor entiende en cambio que para escribir un cuento lo único que hace falta es poner por escrito un relato tradicional, conservando todo lo posible el tono hablado, los giros campesinos, las incorrecciones gramaticales, eso que llaman el color local. No sé si esa manera de escribir cuentos populares se cultiva en Cuba; ojalá que no, porque en mi país no ha dado más que indigestos volúmenes que no interesan ni a los hombres de campo, que prefieren seguir escuchando los cuentos entre dos tragos, ni a los lectores de la ciudad, que estarán muy echados a perder pero que se tienen bien leidos a los clásicos del género. En cambio —y me refiero también a la Argentina— hemos tenido a escritores como un Roberto J. Payró, un Ricardo Güiraldes, un Horacio Quiroga y un Benito Lynch que, partiendo también de temas muchas veces tradicionales, escuchados de boca de viejos criollos como un Don Segundo Sombra, han sabido potenciar ese material y volverlo obra de arte. Pero Quiroga, Güiraldes y Lynch conocian a fondo cl oficio de escritor, es decir que sólo aceptaban temas significativos, enrique­cedores, así como Homero debió desechar montones de episodios bélicos y mágicos para no dejar más que aquellos que han llegado hasta nosotros gracias a su enorme fuerza mítica, a su resonan­cia de arquetipos mentales, de hormonas psíquicas como llamaba Ortega y Gasset a los mitos. Quiroga, Güiraldes y Lynch eran escritores de dimensión universal, sin prejuicios localistas o étnicos o populistas; por eso, además de escoger cuidadosa­mente los temas de sus relatos, los sometían a una forma líteraria, la única capaz de transmitir al lector todos sus valores, todo su fermento, toda su proyección en profundidad y en altura. Escri­bían intensamente. No hay otra manera de que un cuento sea eficaz, haga blanco en el lector y se clave en su memoria. El ejemplo que he dado puede ser de interés para Cuba. Es evidente que las posibilidades que la Revolución ofrece a un cuentista son casi infinitas. La ciudad, el campo, la lucha, el trabajo, los distintos tipos psicológicos, los conflictos de ideología y de carácter; y todo eso como exacerbado por el deseo que se ve en ustedes de actuar, de expresarse, de comunicarse como nunca habían podido hacerlo antes. Pero todo eso, ¿cómo ha de traducirse en grandes cuentos, en cuentos que lleguen al lector con la fuerza y la eficacia necesarias? Es aquí donde me gustaría aplicar concretamente lo que he dicho en un terreno más abstracto. El entusiasmo y la buena voluntad no bastan por sí solos, como tampoco basta el oficio de escritor por sí solo para escribir los cuentos que fijen literariamente (es decir, en la admiración colectiva, en la memoria de un pueblo) la grandeza de esta Revo­lución en marcha. Aquí, más que en ninguna otra parte, se requiere hoy una fusión total de estas dos fuerzas, la del hombre plena­mente comprometido con su realidad nacional y mundial, y la del escritor lúcidamente seguro de su oficio. En ese sentido no hay engaño posible. Por más veterano, por mas experto que sea un cuentista, si le falta una motivación entrañable, si sus cuentos no nacen de una profunda vivencia, su obra no irá más allá del mero ejercicio estético. Pero lo contrario será aún peor, porque de nada valen el fervor, la voluntad de comunicar un mensaje, si se carece ele los instrumentos expresivos, estilísticos, que hacen posible esta comunicación. En este momento estamos tocando el punto crucial de la cuestíón. Yo creo, y lo digo después de haber pesado largamente todos los elementos que entran en juego, que escribir para una revolución, que escribir dentro de una revolución, que escribir revolucionariamente, no significa, como creen muchos, escribir obligadamente acerca de la revolución misma. Por mi parte, creo que el escritor revolucionario es aquel en quien se fusionan indisolublemente la conciencia de su libre compromiso individual y colectivo, con esa otra so­berana libertad cultural que confiere el pleno dominio de su oficio. Si ese escritor, responsable y lúcido, decide escribir literatura fantástica, o psicológica, o vuelta hacia el pasado, su acto es un acto de libertad dentro de la revolución, y por eso es también un acto revolucionario aunque sus cuentos no se ocupen de las formas individuales o colectivas que adopta la revolución. Contrariamente al estrecho criterio de muchos que confunden literatura con pedagogía, literatura con enseñanza, literatura con adoctrinamiento ideológico, un escritor revolucionario tiene todo el derecho de dirigirse a un lector mucho más complejo, mucho más exigente en materia espiritual de lo que imaginan los escritores y los críticos improvisados por las circunstancias y convencidos de que su mundo personal es el único mundo existente, de que las preocupaciones del momento son las únicas preocupaciones válidas. Repitamos, aplicándola a lo que nos rodea en Cuba, la admirable frase de Hamlet a Horacio: “Hay muchas más cosas en el cielo y en la tierra de lo que supone tu filosofia...” Y pensemos que a un escritor no se le juzga solamente por el tema de sus cuentos o sus novelas, sino por su presencia viva en el seno de la colectividad, por el hecho de que el compromiso total de su persona es una garantía indes­mentible de la verdad y de la necesidad de su obra, por más ajena que ésta pueda parecer a las circunstancias del momento. Esta obra no es ajena a la revolución porque no sea accesible a todo el mundo. Al contrario, prueba que existe un vasto sector de lectores potenciales que, en un cierto sentido, están mucho más separados que el escritor de las metas finales de la revolu­ción, de esas metas de cultura, de libertad, de pleno goce de la condición humana que los cubanos se han fijado para admira­ción de todos los que los aman y los comprenden. Cuanto más alto apunten los escritores que han nacido para eso, más altas serán las metas finales del pueblo al que pertenecen. ¡Cuidado con la fácil demagogia de exigir una literatura accesible a todo el mundo! Muchos de los que la apoyan no tienen otra razón para hacerlo que la de su evidente incapacidad para com­prender una literatura de mayor alcance. Piden clamorosamente temas populares, sin sospechar que muchas veces el lector, por más sencillo que sea, distinguirá instintivamente entre un cuento popular mal escrito y un cuento más difícil y complejo pero que lo obligará a salir por un momento de su pequeño mundo circun­dante y le mostrará otra cosa, sea lo que sea pero otra cosa, algo diferente. No tiene sentido hablar de temas populares a secas. Los cuentos sobre temas populares sólo serán buenos si se ajustan, como cualquier otro cuento, a esa exigente y difícil mecánica interna que hemos tratado de mostrar en la primera parte de esta charla. Hace años tuve la prueba de esta afirmación en la Argentina, en una rueda de hombres de campo a la que asistíamos unos cuantos escritores. Alguien leyó un cuento basado en un episodio de nuestra guerra de independencia, escrito con una deliberada sencillez para ponerlo, como decía su autor, “al nivel del campesino”. El relato fue escuchado cortésmente, pero era fácil advertir que no había tocado fondo. Luego uno de nosotros leyó La pata de mono, el justamente famo­so cuento de W. W. Jacobs. El interés, la emoción, el espanto, y finalmente el entusiasmo fueron extraordinarios. Recuerdo que pasamos el resto de la noche hablando de hechicería, de brujos, de venganzas diabólicas. Y estoy seguro de que el cuento de Jacobs sigue vivo en el recuerdo de esos gauchos analfabetos, mientras que el cuento supuestamente popular, fabricado para ellos, con su vocabulario, sus aparentes posibilidades intelectua­les y sus intereses patrióticos, ha de estar tan olvidado como el escritor que lo fabricó. Yo he visto la emoción que entre la gente sencilla provoca una representación de Hamlet, obra difícil y sutil si las hay, y que sigue siendo tema de estudios eruditos y de infi­nitas controversias. Es cierto que esa gente no puede comprender muchas cosas que apasionan a los especialistas en teatro isabelino. ¿Pero qué importa? Sólo su emoción importa, su maravilla y su transporte frente a la tragedia del joven príncipe danés. Lo que prueba que Shakespeare escribía verdaderamente para el pueblo, en la medida en que su tema era profundamente significativo para cualquiera -en diferentes planos, sí, pero alcanzando un poco a cada uno- y que el tratamiento teatral de ese tema tenía la in­tensidad propia de los grandes escritores, y gracias a la cual se quiebran las barreras intelectuales aparentemente más rígidas, y los hombres se reconocen y fraternizan en un plano que está más allá o más acá de la cultura. Por supuesto, sería ingenuo creer que toda gran obra puede ser comprendida y admirada por las gentes sencillas; no es así, y no puede serlo. Pero la admi­ración que provocan las tragedias griegas o las de Shakespeare, el interés apasionado que despiertan muchos cuentos y novelas nada sencillos ni accesibles, debería hacer sospechar a los parti­darios del mal llamado “arte popular” que su noción del pueblo es parcial, injusta, y en último término peligrosa. No se le hace ningún favor al pueblo si se le propone una literatura que pueda asimilar sin esfuerzo, pasivamente, como quien va al cine a ver películas de cowboys. Lo que hay que hacer es educarlo, y eso es en una primera etapa tarea pedagógica y no literaria. Para mí ha sido una experiencia reconfortable ver cómo en Cuba los escritores que más admiro participan en la revolución dando lo mejor de si mismos, sin cercenar una parte de sus posibili- dades en aras de un supuesto arte popular que no será útil a nadie. Un día Cuba contará con un acervo de cuentos y de no­velas que contendrá transmutada al plano estético, eternizada en la dimensión intemporal del arte, su gesta revolucionaria de hoy. Pero esas obras no habrán sido escritas por obligación, por con­signas de la hora. Sus temas nacerán cuando sea el momento, cuando el escritor sienta que debe plasmarlos en cuentos o novelas o piezas de teatro o poemas. Sus temas contendrán un mensaje auténtico y hondo, porque no habrán sido escogidos por un imperativo de carácter didáctico o proselitista, sino por una irresistible fuerza que se impondrá al autor, y que éste, apelando a todos los recursos de su arte y de su técnica, sin sacrificar nada ni a nadie, habrá de transmitir al lector como se transmiten ras cosas fundamentales: de sangre a sangre, de mano a mano, de hombre a hombre.

El cuento contra la novela

Cuento versus novela

Daniel Herrera Cepero

Tomando como base el ensayo del escritor argentino Julio Cortázar “Algunos aspectos del cuento” (originalmente publicado en Diez años de la revista “Casa de las Américas”, nº 60, julio 1970, La Habana) y cotejando éste con otros textos de otros autores, vamos a trazar aquí unas líneas generales que nos sirvan de acercamiento reflexivo hacia el debate que nos ocupa: ¿Qué diferencia al cuento de la novela?
Desde la aparición de las narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe y los relatos de Kafka, pasando por el impulso dado por el boom latinoamericano, hemos llegado a un punto en que el interés por el cuento no ha dejado de subir. En 1970 Julio Cortázar afirmaba que “casi todos los países americanos de lengua española le están dando al cuento una importancia excepcional que jamás había tenido en otros países latinos como Francia o España” (Cortázar, 1970). En aquel momento Cortázar ignoraba aún de qué manera Europa recogería su herencia y la de muchos escritores americanos. Hoy en día, y no sólo en España, cada vez hay más jóvenes que se interesan por este género y lo practican, cada vez hay más talleres de escritura orientados al relato, más reuniones literarias cuyo centro de creación común es el mismo, más y más concursos de cuento. La novela no se ha visto afectada por esta abrupta fiebre de popularidad del cuento, de manera que ambos géneros narrativos conviven en el plano creativo. Es en otro plano, el de las ediciones y las ventas, donde al cuento todavía le queda mucho por conquistar; de momento, tal y como explica Félix J. Palma (Lanzas, 2002) el lector de relatos vendría a ser una “rara avis” perteneciente a una minoría suficientemente educada para disfrutar de ellos y que además no deja dinero a la industria editorial. Quizás sea un poco aventurado decir esto, pues, como apunta Roland Barthes, “innumerables son los relatos del mundo”, pero, dado que existen diferentes tipos de cuentos para todo tipo de lector, esto no parece ser el problema. Se acercaría más Fernando Iwasaki, periodista y director de la revista Renacimiento, que aporta una reflexión clave: “lo que no hay es un marketing del cuento. ¿O es que de verdad la gente quiere leer las biografías de Arzallus, Pitita Ridruejo y el juez Garzón?”. (Ibíd.)
A colación de esta reflexión de Iwasaki, uno podría seguir reflexionando de manera que el problema seguiría ampliándose y unificándose simultáneamente hasta llegar a plantearnos la propia base de la sociedad de consumo, incluso de la democracia. No es este el tema que nos ocupa ahora.
Julio Cortázar hizo una propuesta a la hora de diferenciar el cuento de la novela. En “Algunos aspectos del cuento”, trató de definir el éste comparándolo con la novela y ambos a su vez en analogía con la fotografía y las películas de cine respectivamente. Estas declaraciones del escritor argentino son muy interesantes, y también es muy fácil cometer con ellas ciertas injusticias al sacarlas de contexto. Es necesario realizar un análisis riguroso diciendo en qué aspectos del cuento, la novela, la fotografía y el cine se fija Cortázar para compararlos. En primer lugar, la limitación física:
La novela y el cuento se dejan comparar analógicamente con el cine y la fotografía, en la medida en que una película es en principio un “orden abierto”, novelesco, mientras que una fotografía lograda presupone una ceñida limitación previa, impuesta en parte por el reducido campo que abarca la cámara y por la forma en que el fotógrafo utiliza estéticamente esa limitación. (Cortázar, 1970; el subrayado es mío)
Vemos que, según Cortázar, el cuento y la fotografía parten de la premisa de la limitación, y de la utilización estética de esa limitación. No se compara la clase, sino el hecho de la limitación. Es cierto que, por ejemplo, el cortometraje, que también parte de estas premisas limitativas, se ajustaría más a lo que es el cuento, pero por lo general el cortometraje suele ser una película de bajo presupuesto, con pocos medios; ¿cuántos directores de cine consagrados han dedicado su creatividad a este subgénero? En cambio, ejemplos como los de Cortázar, Borges y muchos otros, nos muestran la evidencia de que el cuento es un género válido en sí mismo, y no un campo de pruebas para futuros novelistas, al igual que los buenos fotógrafos no suelen dedicarse a otras artes. Quizás otros géneros de las artes visuales se acerquen más al cuento; el video-art, por ejemplo. En cualquier caso la fotografía parece estar lo suficientemente cerca como para dar por buena la comparación. No ocurre así con la novela. Ambrose Bierce, escritor norteamericano de relatos fantásticos que vivió entre 1842 y 1913, hace de la novela1 una mordaz apreciación. En su Diccionario del Diablo la define como
Cuento inflado. Especie de composición que guarda con la literatura la misma relación que el panorama guarda con el arte. Como es demasiado larga para leer de un tirón, las impresiones producidas por sus partes sucesivas son sucesivamente borradas, como en un panorama. La unidad, la totalidad del efecto, es imposible porque aparte de las escasas páginas que se leen al final, todo lo que queda en la mente es el simple argumento de lo ocurrido antes. (Bierce, 1906)
Esto no es lo que ocurre con un largometraje, aunque Cortázar no se refiere expresamente al largometraje sino al cine en general. La comparación también es buena, pues se refiere simplemente al “orden abierto” de novela y cine, aunque quizás hubiera sido más acertado por su parte especificar el carácter intermitente de acercamiento a la primera y tal vez a partir de ahí hacer alguna propuesta concreta en el ámbito cinematográfico: sagas, las series de televisión, telenovelas, etc.
Una vez tratado el problema de la limitación, veamos qué ocurre con lo que Cortázar denomina “el lado de allá”. Como se ha dicho antes, fotógrafo y cuentista recortan un fragmento de la realidad, pero lo hacen
de manera tal que ese recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia [...] proyecta la inteligencia y la sensibilidad hacia algo que va mucho más allá de la anécdota visual o literaria contenidas en la foto o en el cuento (Cortázar, 1970)
Esa apertura es necesaria para llegar al “clímax” al que la novela puede llegar por acumulación de elementos parciales. Vemos que, según Cortázar, el efecto imprescindible del buen cuento es casi el mismo que el de los buenos poemas. De hecho, el propio autor argentino dice:
[el cuento], ese género de tan difícil definición [...], en última instancia tan secreto y replegado en sí mismo, caracol del lenguaje, hermano misterioso de la poesía en otra dimensión del tiempo literario (Ibíd.)
Y no es el único que se refirió al carácter cercano a la poesía del cuento. William Faulkner afirmó que
todo novelista quiere escribir poesía, descubre que no puede y a continuación intenta el cuento, y al volver a fracasar, y sólo entonces, se pone a escribir novelas.
Es curiosa esta declaración, sobretodo viniendo de un premio Nobel de Literatura autor de novelas de gran valor. Basta la lectura aislada de un fragmento, incluso un capítulo de muchas grandes novelas o cuentos para darnos cuenta de que la poesía no es patrimonio exclusivo del verso. El mismo Cortázar, en el capítulo siete de Rayuela, hace gala de la poeticidad de su prosa:
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.[…] (Cortázar, 1963)
Joan Rendé también sitúa al cuento a medio camino entre la poesía y la novela. Dice lo siguiente:
Si aceptáramos la aseveración de Ernesto Sábato que dice 'la prosa es lo diurno y la poesía la noche: se alimenta de nuestros símbolos, es el lenguaje de las tinieblas y de los abismos', si estuviéramos de acuerdo con esta definición, entonces tendríamos que situar el cuento en el preciso centro del atardecer, con toda su belleza efímera y vacilante, pero con toda rotundidad de conclusiones luminosas, atmosféricas y sentimentales.
Es, desde luego, arduo hablar de géneros, tratar de establecer esas líneas serpenteantes entre poesías, cuentos y novelas. Lo que les une, lo que tienen en común todas ellas -y nadie lo negará- son las palabras, esos iconos inventados para plasmar el pensamiento y el sentimiento: la memoria de los seres humanos. Detrás de ellas -unas veces por el propio valor, acierto o combinación y otras veces también por omisión- siempre hay algo más: por lo menos, esa parte de pensamiento o de sentimiento que no pudo plasmar totalmente la palabra. Al igual que el que escribe sus memorias nunca podrá reflejar todo lo vivido, con cada palabra en particular pasa lo mismo: siempre hay algo que se escapa. Las palabras se unen tratando de establecer un corpus que se acerque lo más posible al pensamiento, al sentimiento. Nace la literatura y con ella la materialización del misterio. La vida se mira en un espejo de pergamino; no se reconoce y se extraña, sin saber por qué se extraña pero se queda frente a él y se busca. Es lo que hay detrás de los buenos poemas, cuentos o novelas; aquello que, al apartar la vista del libro o de la pantalla, nos hace fijar la vista en el infinito.
Quizás lo apasionante del cuento es que todos y todas contamos historias, cada día, a nuestros amigos, a nuestros compañeros, a todo el mundo; pasamos la vida contando cuentos. Algunos escriben esas historias con maestría y nos hacen partícipes de la parte más profunda del ser acercándonos a ese patrimonio universal y misterioso que provoca una inevitable reverencia ante los libros.

lunes, 6 de agosto de 2007

Cómo escribir y párrafo y los conectores para escribir

EL PÁRRAFO

Extracto del Capítulo 5 [páginas 131- 172] de:
SERAFINI, María Teresa (1994). Cómo se escribe. Barcelona: Paidós.

Se transcriben únicamente descripciones centrales de la escritura de párrafos. Se han eliminado comentarios teórico-prácticos de menor importancia, tanto como los ejemplos y los ejercicios del texto original. Tales “mutilaciones” se señalan con puntos suspensivos encerrados en corchetes. Igualmente con corchetes se indican elementos insertados por el preparador de este material. Se han agregado notas de pie de página convenientes para precisar algunos puntos del texto original.
Los estudiantes aplicarán los principios propuestos, para elaborar párrafos pertinentes a los intereses individuales y de grupo.

[…]
Una vez confeccionado el esquema [[1]], tenemos que desarrollar todos sus puntos para crear el texto. Cada idea o cada bloque de ideas del esquema ha de ser utilizado para un párrafo, que constituye la unidad del texto y presenta una unidad de información completa. […]
Los párrafos están separados entre sí por puntos y aparte, que evidencian la transición del uno al otro. Con frecuencia el párrafo coincide con el apartado [[2]], pero en el caso de unidades de información largas y complejas, un párrafo puede estar integrado por dos o tres apartados, e incluso más.
[…]

5.1. Párrafo de enumeración

5.1.1. Descripción

El párrafo de enumeración está constituido por una lista de propiedades que describen un mismo objeto, hecho o idea, y por una frase organizadora [[3]], que indica al lector la estructura del párrafo. […]
La frase organizadora puede aparecer antes o después de la lista, y ser de tres tipos diferentes: frase/recuento, frase/síntesis y frase/encuadramiento. […]
a. Frase/recuento: En este caso, la frase organizadora dice cuántos elementos la siguen o preceden. [[4]]
b. Frase/síntesis. En este caso, la frase organizadora anticipa [o recoge] los contenidos de la lista, presentando cada elemento en forma breve.
c. Frase/encuadramiento: En este caso, la frase organizadora permite intuir que seguirá una lista, o bien sintetiza a la lista que la precede, pero no presenta un número [[5]] que la resuma, ni pasa revista a cada uno de sus elementos.
[…]

5.1.2. Cómo se construye

El párrafo de enumeración requiere una buena organización de la información en la fase de preescritura. Antes de empezar a escribir, es oportuno precisar el listado, rellenando un esquema del siguiente tipo:

FRASE ORGANIZADORA ……………….. ……………………………………………….
LISTA
1. ……………………………………
2. …………………………………...
3. ……………………………………
4. ……………………………………
5. ……………………………………
Para relacionar los elementos entre sí, se pueden utilizar conectores que se refieran a la posición de cada uno de los elementos en la lista, como: «primero, segundo, tercero», o bien «uno, otro, el último», o bien «uno, por el contrario, finalmente», o también «además, luego, en fin».
En muchos casos, para hacer más incisivo el texto, es oportuno ordenar de forma determinada los elementos de la lista. Los criterios de organización pueden ser varios, por ejemplo:

— del más frecuente al más raro
— del más al menos importante
— del más extraño al más obvio
— del más alto al más bajo
— del más viejo al más joven
— del más antiguo al más reciente
Obviamente cada uno de estos criterios, que puede aparecer en el texto final a través de los conectores adecuados, es aplicable únicamente a algunas situaciones.
Para que el párrafo resulte «equilibrado», hay que tratar de desarrollar los elementos de la lista del mismo modo: es preciso evitar la utilización de tres palabras para uno y tres renglones para otro. Entre los elementos de la lista se emplea preferiblemente el mismo signo de puntuación: coma para las listas de palabras o frases breves; punto y coma para frases de longitud intermedia; punto para periodos largos y complejos. En algunos casos, cuando la información es muy rica, la frase organizadora relaciona entre sí varios párrafos: uno para cada elemento de la lista.

5.1.3. Los errores más comunes
1. Ausencia de la frase organizadora […]
2. Presencia de contradicción entre la frase organizadora y la lista […]
3. Redundancia en los elementos de la lista […]
4. Falta de orden entre los elementos de la lista […]
5. Omisión o incoherencia en el uso de la puntuación […]
6. Estructura diferente de los elementos enumerados […]

5.2. Párrafo de secuencia
El párrafo de secuencia es un caso particular del párrafo de enumeración: los elementos se presentan por separado, pero además se ordenan según un criterio explícito, por ejemplo, cronológico. Este tipo de párrafo se encuentra con frecuencia en textos de tipo científico, y es típico de las instrucciones operativas para la resolución de un problema.

5.2.1. Descripción
En el párrafo de secuencia, los elementos se presentan a menudo en un orden temporal; el orden se explicita por medio de números o letras sucesivos.
[…]

5.2.2. Cómo se construye
Antes de empezar a escribir, es útil preparar un esquema como el siguiente:

PROCEDIMIENTO: ………………………...
FASES PRINCIPALES: 1. …………………
2. …………………
3. …………………
4. …………………
5. …………………
La principal dificultad de la construcción de un párrafo de secuencia consiste en comprender bien el proceso que se describe, y presentarlo con precisión. El número ideal de fases depende de la complejidad del proceso. Cada una de las fases puede articularse a su vez por medio de una nueva secuencia interna.
Las frases que corresponden a los distintos elementos de la secuencia deben estar construidas del mismo modo. Por ejemplo, ha de optarse entre presentar todos los verbos de la secuencia en infinitivo, o bien en indicativo o subjuntivo. En el caso de emplear indicativo, puede optarse por una forma impersonal o bien por la segunda persona del singular o del plural.

5.2.3. Los errores más comunes
1. Omitir una fase del proceso, o bien invertir el orden correcto de dos fases […]
2. Utilizar un nivel de detalle distinto en la descripción de las diferentes fases […]

5.3. Párrafo de comparación/contraste
El párrafo de comparación/contraste indica las semejanzas y diferencias entre dos o más objetos, situaciones, ideas o personas, comparándolos según cierto número de categorías.

5.3.1. Descripción
En general, un párrafo de comparación/contraste está introducido por una frase que presenta los dos o más objetos que se someten a comparación. Hay después dos tipos de esquema general que desarrollan un párrafo de estas características.

a. En el desarrollo por descripciones contrapuestas cada una de las categorías se analiza por separado, comparando los dos o más objetos y mostrando sus diferencias. El párrafo finaliza cuando se han agotado las categorías de comparación.
[…]

b. En el desarrollo por descripciones separadas cada objeto es analizado por separado. Se construyen de esa forma dos frases (o dos párrafos) que tienen una estructura idéntica, con los términos de la comparación presentados en paralelo.

5.3.2. Cómo se construye
El párrafo de comparación/contraste exige una buena organización de la información en la fase de preescritura; es necesario distinguir tres tipos de elementos: los objetos de la comparación, las categorías por las que se establece dicha comparación, y las características que surgen de ella. Todas esas informaciones se organizan por medio de un cuadro de objetos/categorías, en el que aparecen en las columnas las características de los objetos comparados, y en las líneas las categorías comparadas:


OBJETO A
OBJETO
B
(OBJETO C)
CATEG. 1
A1
B1

CATEG. 2
A2
B2

CATEG. 3
A3
B3

CATEG. 4
A4
B4






Si se elige el método de las descripciones contrapuestas, se desarrolla el párrafo leyendo el cuadro del modo siguiente:
Objeto A, Objeto B (A1-B1), (A2-B2), (A3-B3), (A4-B4)…
Si se elige el método de las descripciones separadas, en cambio:
Objeto A (A1, A2, A3, A4,…); Objeto B (B1, B2, B3, B4, …).
Cuando se comparan entre sí dos únicos objetos (el caso más común), las descripciones contrapuestas resultan en general más legibles; en cambio, cuando los objetos son tres o más, las descripciones separadas resultan más claras.
[…]

5.3.3. Los errores más comunes
1. Olvidar un término de comparación para uno de los objetos comparados. Con ello se rompe la simetría y el texto resulta incomprensible.
2. Construir el párrafo de forma asimétrica. En descripciones separadas, invertir el orden de las categorías; en descripciones contrapuestas, invertir el orden de dos objetos. […]
3. Omitir el planteamiento de comparación/contraste. Es decir, prescindir de una frase marco que indique de forma clara cuáles son los objetos que se van a comparar.

5.4. Párrafo de desarrollo de un concepto
En el párrafo de desarrollo de un concepto se da una idea principal, enunciada de forma explícita, que posteriormente se reafirma por medio de ejemplos o argumen- taciones. Las informaciones de apoyo expli- can, aclaran, dan detalles o ilustran la afirmación principal. Este tipo de párrafo es muy frecuente en todos los tipos de prosa.

5.4.1. Descripción
En el párrafo de desarrollo de un concepto está presente una idea principal, que por lo general aparece al principio o al final del párrafo. Los elementos que la desarrollan están constituidos por palabras aisladas, frases breves, períodos enteros o incluso párrafos complejos. […]

5.4.2. Cómo se construye
También en este caso es necesaria una buena organización de la información en la fase de preescritura. Antes de empezar a escribir, conviene construir un esquema del siguiente tipo:

IDEA PRINCIPAL : .……………………… ………………………………………………
EJEMPLOS 1. …………………….
O 2. …………………….
ARGUMENTOS 3. …………………….... 4. ……………………...
5……………………….

Es importante destacar mucho la idea principal, por medio de un breve período colocado al inicio o bien al final del párrafo. En textos narrativos o periodísticos es frecuente encontrar la idea principal al final; cuando se quiere facilitar la comprensión del lector, por ejemplo en el caso de textos técnicos, se aconseja colocarla al principio.
Los elementos que desarrollan la idea central deben ser presentados siguiendo un orden determinado: por ejemplo, atendiendo a su importancia o a sus dimensiones. En el caso de elementos de longitud distinta, conviene colocar los más breves al comienzo, y el más largo al final; de ese modo el lector podrá relacionarlos más fácilmente con la idea principal.
Los modos de relacionar la idea principal con los ejemplos y los argumentos, y éstos entre sí, son múltiples. A menudo se introduce la serie de ejemplos con la expresión en efecto. Son asimismo frecuentes las expresiones de relación del tipo de como se ha explicado antes… añadiremos ahora…

5.4.3. Los errores más comunes
1. Falta de evidenciación de la idea principal, que no aparece destacada suficientemente en el interior del párrafo. Esta situación se da sobre todo cuando se escriben impresiones y pensamientos de forma improvisada, sin releer lo ya escrito y sin reunir en un cuadro adecuado las diferentes partes.
2. Presencia de ejemplos que contra- dicen la idea principal o que no contribu-yen a su aclaración. Se genera así un texto confuso, incoherente y poco desarrollado.

5.5. Párrafo de enunciado/solución de un problema

El párrafo de enunciado/solución de un problema emplea la forma retórica de plan- tear y posteriormente resolver un problema para desarrollar un tema dado. Se utiliza en escritos descriptivos y también en los de tipo científico.

5.5.1. Descripción

El párrafo de enunciado/solución de un problema está constituido por dos partes: en la primera se presenta un problema, en la segunda se expone una solución. Este esquema admite algunas variantes.
a. Forma completa. El problema se expresa con claridad y va seguido por una solución igualmente explícita.
b. Contraposición de soluciones. El problema se expresa con claridad, pero va se-guido por hipótesis de solución contrapuestas.
c. Omisión de la solución. Se expresa el problema, pero la solución queda sobre- entendida.
d. Omisión del problema. Se expresa la solución, pero se sobreentiende el problema.

En ocasiones el enunciado del problema se descompone posteriormente en una premisa/marco, que da algunas informa- ciones necesarias para plantear el problema, seguida por una pregunta, que expone el problema de forma explícita. A veces la pregunta […] queda sobreentendida y solo aparece la premisa.
[…]

5.5.2. Cómo se construye
El párrafo de enunciado/solución de un problema exige centrar la atención en el problema y la elección de una de las cuatro formas descritas anteriormente. El contenido del párrafo puede esquematizarse de la forma siguiente:

PROBLEMA:
PREMISA/MARCO ………………………………………………………………………………………………………
PREGUNTA ………………………………………………………………………………………………………

SOLUCIÓN ……………………………..…………………………………………………………………………

El párrafo resulta más legible en la forma completa, pero en ocasiones puede resultar excesivamente pesado; por ese motivo, normalmente se omite la pregunta. La forma con omisión del problema es preferible, en especial, cuando en el contexto del escrito la situación resulta lo bastante explícita.

5.5.3. Los errores más comunes
1. Omitir la premisa/marco, o bien omitir la descripción del problema que se ha de resolver, cuando el contexto no nos ayuda a deducir su contenido.
2. Dar una solución insatisfactoria al problema planteado, por no resultar perti-nente o bien por no estar relacionada clara- mente con la pregunta.
[…]

5.6. Párrafo de causa/efecto

El párrafo organizado de causa/efecto presenta un acontecimiento o una situación seguidos por las razones que los han causado; se encuentra con frecuencia en textos argumentativos.

5.6.1. Descripción
En este tipo de párrafo, se contraponen frases, períodos o apartados que presentan una relación de causa/efecto. La descripción de la causa puede preceder o bien seguir a la del efecto.

5.6.2. Cómo se construye
La construcción de este tipo de párrafo exige destacar de forma clara la relación de causa/efecto entre varias ideas o hechos y posteriormente elegir entre anteponer la descripción del efecto o bien la de las causas. La estructura del párrafo es la siguiente:

CAUSAS: 1. …………………………….
2. …………………………….
3. …………………………….
EFECTO: ………………………………..

O bien:
EFECTO: …………………………………
CAUSAS: 1. …………………………….
2. ………………………….
3. ………………………….
En algunas ocasiones, es necesario describir más de un efecto.

5.6.3. Los errores más comunes
1. Describir una relación de causa/efecto poco convincente. Se presentan unos elementos con una relación de causa/efecto, sin que tal relación resulte explícita; a veces se trata únicamente de una sucesión temporal.
2. Introducir entre las causas elementos que no contribuyen al efecto. En párrafos bien estructurados están presentes elementos descriptivos colaterales, que pue- den eliminarse porque, si bien se examinan, no determinan el efecto.


5.7. Introducciones
Las introducciones y las conclusiones son párrafos especialmente difíciles y compro- metidos. A menudo oímos decir que el párrafo introductorio es el que cuesta mayor trabajo, ya sea por la necesidad de superar el obstáculo del «folio en blanco», ya porque normalmente tiene un contenido importante (indicar el problema, plantear la tesis defendida por quien escribe), ya, finalmente, porque en él el escritor presenta su estilo. De forma análoga, la conclusión contiene un último y significativo mensaje que a menudo resume todo el texto. En realidad puede abordarse el primer (y también el último) párrafo cuando el «cuerpo» del escrito está ya concluido. En efecto, la introducción y la conclusión siguen sus propias convenciones, que en parte difieren de las del resto del escrito.
[…]
…el inicio de un artículo tiene que resultar atractivo y eficaz, pues de otro modo el lector pasará a otro texto; el final ha de resultar agradable para dejar un buen recuerdo. Algunas de estas introducciones y conclu- siones pueden también utilizarse en otros[[6]] tipos de textos.
5.7.1. Introducción-síntesis

La introducción síntesis es una de las más frecuentes en todo tipo de texto. En ella se resume el tema o la tesis del escrito […]
[…]
Este tipo de introducción ofrece la ven- taja de dar, de forma rápida, informaciones esenciales sobre el contenido del texto; pero con el defecto de hacerlo previsible, y en ocasiones un poco reiterativo […] [[7]]

5.7.2. Introducciones con anécdota

Las introducciones que incluyen una anécdota, un hecho, una historia, atraen e implican al lector, siempre muy interesado en hechos concretos y en experiencias individuales. […]

5.7.3. Introducción con breves afirmaciones

La introducción con breves afirmaciones es típica de un estilo periodístico, fragmentado. Está constituida por frases breves, formadas por pocas palabras y en ocasiones sin verbo. Es sintética y efectiva, pero puede resultar incomprensible si se lee aisladamente. […]

5.7.4. Introducción-cita

La introducción-cita es una de las formas más utilizadas y eficaces para atraer la atención del lector. Puede tratarse de un proverbio, de unos versos de un poeta o de la frase pronunciada o escrita por una persona más o menos famosa. Es importante que el contenido de la cita se ajuste de manera no forzada al texto. […]
[…]

5.7.5. Introducción-interrogante

La introducción-interrogante plantea un problema. El texto posterior describe su desarrollo y, en ocasiones, añade otros interrogantes que ilustran los diferentes aspectos de la cuestión inicial. Este tipo de introducción, como el anterior, tiene la ventaja de la inmediatez: el escrito aborda su asunto principal desde el inicio, de la forma más directa posible. […]

5.7.6. Introducción-analogía

La introducción-analogía establece una comparación entre el tema del escrito y otra situación. Su objetivo es explicar el proble- ma aprovechando un contexto similar que sea capaz de atraer la atención inicial del lector.

5.8. Conclusiones

El párrafo que concluye un escrito tiene, como el introductorio, una función particular: la de dejar un buen recuerdo, enviar un postrer mensaje que resuma el sentido del escrito y dar a la lectura un sentido de plenitud.

5.8.1. Conclusión- síntesis

La conclusión-síntesis, muy común en todo tipo de escritos, presenta un breve resumen de las principales ideas del escrito. […]

5.8.2. Conclusión con anécdota

La conclusión con una anécdota, una historia, un hecho concreto, una imagen afortunada, recupera el hilo de todo el texto a
través de elementos narrativos o visuales que atraen la fantasía y la imaginación del lector, dejándole un buen recuerdo del escrito. […]


5.8.3. Conclusión con breves afirmaciones

Del mismo modo que puede construirse la introducción a partir de una frase breve, existe una conclusión con breves afirmaciones. Este tipo de conclusión sigue a un período que representa el verdadero final del texto, y replantea como un eco, una resonancia que profundiza en él. A menudo ese «añadido» está constituido por un fragmento, una frase sin verbo explícito. […]

5.8.4. Conclusión-cita

También en la conclusión de un escrito es posible utilizar citas de todos los tipos, siempre que se adapten al tema tratado. […]

5.8.5. Conclusión interrogante

La conclusión-interrogante plantea al final del escrito las cuestiones no resueltas, los problemas abiertos a las hipótesis de futuro. […]

5.8.6. Conclusión-analogía

La conclusión-analogía establece un parangón entre el tema tratado y una situación que ofrece similitudes con él, únicamente en el párrafo de conclusión. Se trata de una última imagen o idea que se utiliza para reforzar los asuntos ya tratados en el escrito. […]









[1] Este capítulo supone que se ha estudiado el contenido de los 4 capítulos anteriores: El acopio de las ideas, la generación de las ideas, la organización de las ideas y la documentación. Por eso hace referencia al paso previo de “confeccionar el esquema”.
[2] Serafini llama “apartado” al bloque de ideas que se separa de otro por medio del punto y aparte.
[3] Serafini no hace distinción entre oración y frase. Su “frase organizadora” equivale a oración principal, nuclear o temática, nombres utilizados por otros autores.
[4] “Cuántos” quiere decir ‘un cuantificador definido, exacto: 4, 5, 8…’.
[5] Pero sí puede incluir un cuantificador indefinido: algunos, varios, unos cuantos, muchos…
[6] Serafini tomó artículos de prensa como base de su tratado del párrafo. Lo que plantea aquí, puede entenderse como la utilización de diversos “actos de texturización” (Oviedo, 2002), para introducir cualquier escrito. Debe tenerse en cuenta, además, que actos como síntesis, anécdota, cita, interro- gante, analogía no son exclusivos de las introduc-
ciones y las conclusiones; pueden integrarse al texto en el momento y punto en que el sujeto de significación estime conveniente.
[7] Este fenómeno ocurrirá, más que todo, en escritos muy breves.




Los conectores necesarios para una buena redacción.

A

Análogamente, cabe
preguntarse si...
Anotaré que...
Ante todo,
rectifiquemos la idea sabida de que...
Ante de continuar
insistamos en...
Añádase a este una...
Aquí conviene detenerse
un momento a fin de...
Aquí he de referirme
también a...
Aquí nos preguntamos
Aquí vale la peña hacer una pequeña digresión
Así empezamos a cercar, pues, el
Así y todo...
Atengámonos ahora a...
Aún así...
Avanzando en el tiempo, encontramos...

B
Basándose en...
Bien, pareciera por todo
lo anterior que...
Bien sé que...

C
Cabe concluir que...
Cabe entonces
preguntarse que
Cabe señalar
Cierto es que
Claro que esto no lo
explica todo
Comencemos por evocar
Comenzaré dando algún ejemplo
Como
Como breve conclusión, creo que
Como dijimos al principio
Como es natural
Como es sabido
Como quiera, las explicaciones
Como quiera que sea, la
Como se indicó
Como se ve, los
Como si fuera poco
Como última palabra deseo
Como ya lo hice notar
Comprenda: no es que
Comprendemos que
Con este ejemplo he querido
Con esto en mente
Con esto hemos cumplido una
Con esto no quiero decir
Con lo que llevo dicho hasta aquí, me parece
Con respecto al primer punto
Con sano criterio
Con todo
Con todo y lo anterior
Concibo, pues
Concluyamos, entonces
Continuaremos la exploración de
Contrapongamos a
Conviene distinguir
Conviene, sin embargo,
advertir que
Corresponde
preguntarse
Creemos haber dicho lo suficiente sobre
Creo haber demostrado
Creo indiscutiblemente la afirmación de
Creo que aquí se ve
Creo que con estas indicaciones
Creo que llegamos al núcleo de
Cuando
Cuando dije que
Cuando se dice que

D
Dado que
De acuerdo con
De aquí, que
De cualquier modo
De entonces acá
De estas circunstancias nace el hecho de que
De esta manera
De esta suerte es como
De estas y otras páginas resulta que
De igual modo
De la misma manera
De lo anterior
De lo que llevo dicho
De manera que
De modo que el problema no es
De otro lado
De pronto
De todos modos, cuando
Debe quedar bastante
claro que
Debemos comprender
Debo agregar que
Dejando aparte, por un momento,
Dejando de lado
Dejemos eso.
Del mismo modo
Dentro de este contexto
Dentro de este marco ha de considerarse la
Desde entonces, este
Desde este ángulo
Desde luego
Deseo, en este
Después
Después de todo, lo
Dicho de un modo un tanto
Difícil, cierto. Pero no tanto si
Digamos que son diversos
Dije, al comienzo de este ensayo, que
Diremos otro tanto respecto a

E
Echemos una mirada de rededor
El ejemplo más significativo
El haberme detenido a
El tema que aquí nos interesa
El trazar aquí los
Empezaré por
considerar
En cambio
En cierto sentido
En concreto
En contraste con
En cuanto a
En definitiva
En efecto
En el curso de esta búsqueda
En el ejemplo dado
En esta sección esbozo
En este orden de ideas
En este punto de mis
meditaciones
En este punto, la discusión se
En las anteriores palabras, advirtamos
En lo que toca a
En lo que respecta a
En mi opinión
En otros términos
En pocas (otras) palabras ( términos)
En realidad
En relación con
En resumen
En resumidas cuentas
En sentido contrario
En suma
En todo caso
En una palabras
En última
Entendemos por
Entiéndase bien: yo no
Entonces

F
Finalmente
Fuera lo que fuere, mi

H
Habría que decir también
Ha llegado el momento
Hasta ahora
Hasta aquí lo
Hasta donde yo sé, nadie ha
Hay, como se ve, elementos
Hay en el fondo
Hay más: las
Hay otro aspecto, entre los tantos, del que
Hay otro aspecto que
Hay que advertir que
Hay que reconocer que
Hay que repetirlo: los
Hay, sin embargo,algunos
He aquí, a mi juicio
He aquí en pocas palabras, como
He aquí, más o menos, como pensaba
He citado ya
He hablado de
He hallado
He intentado probar que
He llegado al termino
He traído a colación
Hemos dejado para el final
Hemos dicho que
Hemos discutido hasta ahora el
Hemos examinado hasta aquí
Hemos visto que
Henos aquí, no obstante, apenas
Hubiera podido escoger


J
Justo es decir que

L
La idea es que
La respuesta es fácil
La tesis que ahora voy a exponer es
La verdad es que
Lo cierto es que
Lo curioso es que
Lo que acontece es que
Lo que importa observar es que
Lo que me interesa ahora es
Lo que nos interesa aquí no es tanto
Lo que nos lleva a decir que
Lo que quiere decir que

LL
Llegado a este punto
Llegamos aquí a
Llegamos, pues, a

M
Más no se trata tan sólo
Más tarde, en efecto
Me doy cuenta que
Me explicaré, los
Me gustaría dejar claro
Me parece que
Me refiero, por supuesto, a
Mi propósito es (era)
Mirándolo así
Muy al contrario de lo
Muy al contrario de lo
que pasa en (con)

N
Nada, pues, más expresivo que
Naturalmente que
No cabe duda de que
No continuaré exponiendo
No digamos, pues, que
No diré que
No en vano me detenido
No es de olvidar que
No es difícil descubrir
No es eso todo
No es extraño, pues,
No es fantasía afirmar
No es fortuito que
No es preciso
No es una casualidad el hecho de que
No está probado que
No estamos lejos de ver cómo
Nos gastamos muchas palabras en
No hay que apresurase
No hay que apresurarse, con todo, a
No: la realidad es
No parecería necesario
No pongo más que un ejemplo: la
No puedo menos que
No quisiera que estas afirmaciones parecieran
No se lo tome, sin embargo, por
No se trata, a mi juicio, de
No se trata, pues, de
No teniendo, pues, la urgencia de
No voy a repetir aquí
Notemos, entonces, cuán

O
Observemos cómo
Oigo ya venir una objeción
O sea, los
Otra cosa que se dice ahora con frecuencia es que
Otro ejemplo de lo que

P
Paralelamente a
Para algunos
Para empezar
Para ilustrar mejor
Para los fines de nuestro argumento
Para entender mejor
Para poner a prueba
Para precisar cómo
Para quienes sostiene
Para simplificar podríamos decir que
Parece perfectamente claro que
Parece, sin embargo, como si
Partiendo de
Pasemos a
Penetrémonos, ante todo, de que
Pero
Pero antes de que
Pero antes de seguir adelante consideremos que
Pero conviene precisarlo
Pero dejando de lado
Pero el caso es que
Pero hay más: la
Pero hay otra definición
Pero no nos perdamos en otras consideraciones
Pero no se juzgue, por eso, que
Pero recapitulemos
Pero quizá la respuesta que realmente
Pero quizá corresponda
Pero si se consideran cuidadosamente
Pero, sobre todo, pienso que
Pero tal vez sea necesario pasar
primero revista
Pero volvamos a nuestro asunto
Pienso, por eso, que
Podemos decir que
Podemos distinguir que
Podemos interrumpir
aquí esta
Podemos observar como
Podemos preguntarnos si
Pongamos otro ejemplo
Por añadidura
Por consiguiente
Por ejemplo
Por el contrario
Por ende
Por eso
Por eso, cabalmente, es
Por eso, para mí
Por eso señalé que
Por esta razón (vía)
Por eso puede decirse que
Por lo expuesto al inicio de
Por lo general
Por lo pronto
Por lo que sigue
Por mi parte
Por otra parte
Por simplicidad, podemos suponer que
Por supuesto que
Por todo esto creo que
Por último
Porque
Porque, en teoría, la
Porque se trata de
Precisa advertir que
Precisamente por (porque)
Presuponemos que
Procedo ahora a la
Prosiguiendo con la idea
Pudiera creerse que
Puede afirmarse que
Puedo, por lo tanto, definir también
Pues bien: los
Pues lo mejor es que

Q
Queda definido
Queda por aclarar
Queda todavía un hilo,el que
Quiero concluir esta
Quiero creer que
Quisiera añadir que
Quisiera hablar ahora de
Quisiera insistir en
Quisiera que, ahora que estoy por hablar de
Quizá deba señalar una característica que
Quizá, entonces


R
Recapitulemos
Recapitulemos brevemente sobre
Reconozcamos en cambio que
Recordaré, por ultimo,
Recordemos que
Referida a este contexto, la relación
Registrado esto
Repito que
Respecto a lo que otros
prefieren llamar
Resulta que, cuando

S
Se comprende que
Se deduce que
Se infiere que
Se concluye que
Se enfrenta, pues, con
Se ha dicho que
Se ha pretendido que
Se me figura, así de momento, que
Sé que mi planteamiento es
Se trata, desde luego,de
Sea, a modo de ejemplo
Sea cierta está o no, mi
Sea como fuere
Sea otro caso
Seguramente que
Señalemos en pocas palabras que
Sería prudente
Si bien
Si echamos un vistazo sobre
Si llamamos
Si pensamos que este
Si quisiera escoger un símbolo propicio
Si se tiene en cuenta que
Si se toma como punto de partida
Si tuviera que decir
Si volvemos atrás
Sí, ya lo sabemos
Sí, ya se sabe: acá
Siempre me ha parecido
Siento, ene efecto, la necesidad de
Sin duda, alguna
Sin embargo,
Sin embargo, también a menudo
Sin entrar en consideraciones
Sin paradojas puede investigarse
Sobran razones para
Sorprende comprobar que
Sorprenderá tal vez que
Sostengo que
Soy de los que creen
Subyacen en todos estos detalles
Suele decirse que
Supongamos a hora

T
Tal es, por lo demás
Tal vez quepa hacer algunos comentarios
Tales son algunos de los
Tales son en síntesis general
También cabe comprobar
También es cierto
Tampoco nos corresponde exponer
Tan pronto como
Tenemos, en consecuencia, que
Tenemos, pues, en grado
Terminaré diciendo que
Tiempo hubo en que
Todavía más: los
Todo esto parece confirmar
Todo lo expuesto hasta ahora explica
Todos reconocemos, en cambio, que
Tomemos como punto de partida
Torno a decirlo
Tras esta digresión, abordemos
Trataremos de

U
Un corolario más
Un poco de historia
Una aclaración sobre
Una última observación
Una vez hecha esta precisión

V
Valga la verdad: el
Vamos a intentar concluir pensando
Vamos a recordar una
vez más
Vamos a ver rápidamente por qué
Veamos cual es el contexto
Veamos el
Veamos un ejemplo muy sencillo
Veamos lo que significa
Volvamos a
Volvamos a examinar
Volvamos a intentar ahora
Volvamos a nuestro asunto: este
Volvamos la mirada hacia volviendo
Voy a referirme brevemente a
Vuelvo a decirlo:



Y
Y además
Y ahora debemos abandonar
Y así
Y, como siempre
Y esto nos conduce
Y esto nos lleva
Y llegamos a otro punto
Y más frecuentemente todavía es
Y no es mera coincidencia
Y no podría ser de otro modo
Y ocurre, indefectiblemente, porque
Y por eso, la
Y, sin embargo
Ya estamos, sin lugar a dudas en
Ya hemos hablado de
Ya hemos, pues, descubierto
Ya hemos visto cómo
Ya indique que
Ya lo veis, la
Ya se sabe que
Yo creo, en realidad,
Yo estimo, que para
Yo no quería decir que
Yo no quiero que se entienda que



Material

Alfredo Motatto