domingo, 7 de enero de 2007

Coetzee: la escritura de la condición humana



¿Por qué no podemos admitir que nuestras vidas están vacías, tan vacías como el desierto en que vivimos, y por qué nos pasamos la noche contando ovejas o fregando los platos con el corazón alegre? No alcanzo a entender por qué debiera ser interesante la historia de nuestras vidas. Se me ocurren de continuo pensamientos sesgados a propósito de todas las cosas.

En medio de ninguna parte. J. M Coetzee.


El apellido Coetzee saltó al mundo literario mundial con la entrega del Premio Nóbel 2003.Su nombre completo es John Maxwell Coetzee, nació en 1940 en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en el seno de una familia de emigrantes británicos que participaron en la colonización del país africano. En 1971 se convirtió en profesor de la Universidad de Ciudad del Cabo, una actividad que sólo interrumpió cuando se traslado a Texas para realizar una investigación académica. A su regreso, se convirtió en un traductor, crítico literario y lingüista de referencia en Sudáfrica, donde desde la publicación de su primera novela siempre a sorprendido por el carácter original de su obra y por la constante critica a la sociedad moderna: Tierras en penumbra (1974), En medio de ninguna parte (1977), con la que gano en CNA, el primer premio de las letras sudafricanas; Esperando a los bárbaros ( 1980) también premiada con el CNA; vida y época de Michael K (1983) por la cual le otorgaron el premio Broker Prize y el Prix Étranger Femina; Foe ( 1986), Edad de Hierro (1990); El maestro de Petersburgo ( 1994); Desgracia (1999); Infancia ( Mondadori 2000) y Juventud (2002). También le han sido concedidos el Jerusalem Prize y The Irish Time Internacional Fiction Prize.

De tal forma que esta vez el premio fue acertado y de grandes expectativas en cuanto a su producción, pues en Colombia apenas lo estamos conociendo y desde ya es una lectura que cautiva, que toca las fibras del ser humano y nos lleva por este mundo absurdo que nos rodea. En si no es gratuito que algunos consideren a Coetzee como el Kafka moderno. O sea ese hombre que nos obliga a descubrir a través de sus novelas que lo absurdo e irreal de la vida se nos presenta como próximo, circundante y demasiado humano. La obra de Coetzee, nos muestra por diferentes formas el absurdo desde la visión que afirma desgarradora que entre el hombre y el hombre hay un abismo del absurdo que lo obliga a actuar entre las fronteras de uno y otro sendero. Paradójicamente esta dislocada y distorsionada visión, dentro de unas normas establecidas, es capaz de desarmar con una precisión magistral y una exactitud al hombre y su entorno. Por ello, en Coetzee esta paradoja nos abre un abanico de facetas de acciones, atropellos violentos dentro de un espacio agreste al ser humano y al igual, que le sucede al profesor David Lurie, Lucy, Melaine, Soraya, Petruss o Bev Shaw, para citar solo algunos, estos héroes no saben si lo que les está pasando es un sueño o una realidad, si es el Destino o el azar, una mano maligna o la benéfica la que rige sus actos dentro de un mundo cruel. Así al finalizar la novela todos se encuentran en un remolino de sentencias y futuros determinados de los cuales no pueden escapar:

“- Que humillante – dice él por fin – Con tan altas esperanzas, mira que terminar así…
- Estoy de acuerdo: humillante, pero tal vez ese sea un buen punto de partida. Tal vez sea eso lo que deba aprender a aceptar. Empezar de cero, sin nada de nada. No con nada de nada, sino sin nada. ( La negrilla es mía. Alfredo Motatto) Sin nada, sin tarjetas, sin armas, sin tierra, sin derechos, sin dignidad.
- Como un perro
- Pues si, como un perro…”

Final en el que se ven envueltos todos y donde cada uno alimenta un sentimiento de culpa, resignación y debilidad ante las fuerzas de la naturaleza, el destino y la cultura que impone la sociedad. En síntesis aspiran empezar de cero, sin nada de nada como uno perro. En los personajes, de la novela Desgracia, no hay permiso de decir sino una obligación de actuar.

De tal manera que tras la lectura hay una profunda seducción que posee la obra de Jhon M. Coetzee y que radica esencialmente en la prodigiosa habilidad de mostrarnos en toda su magnitud un hombre desnudo, abandonado y despojado de toda esa hojarasca que nos ilusiona al creer entender o al menos intuir quienes somos. Así, nos lleva directo al centro de la naturaleza, sin mediar por las convencionalidades ni los formalismos, y nos exhibe a nosotros mismos en todas las dimensiones sociales, morales, religiosas o culturales. Por ello, lo desnuda y lo pone a actuar, con las inquietudes existenciales, dentro de un espacio árido y solitario y de acuerdos impuestos que nos arriesga después de terminar de leer: a vernos desamparados, ante un espejo de palabras directas, contundentes y absurdas o en su efecto ver la esencia de aquellos que nos rodean. En la trama de las obras del sudafricano, escuchamos el susurro del dolor y el sonido de la depurada escritura que nos cuenta la Historia del hombre, ya no encerrado en un laberinto sino en el desierto de la incertidumbre, el atropello, la hecatombe y la presencia de muerte en aras de la verdad, la dignidad, la fe o la tradición misma. Por tanto, su escritura es una actitud filosófica que hace una arqueología de la condición humana y que desde su novela “Esperando a los bárbaros” ya había intuido en la bella metáfora:

“Puede que en mi excavación sólo haya escarbado la superficie. Puede que a tres metros bajo tierra se encuentren las ruinas de otro fuero, arrasado por los bárbaros, habitado por los huesos de un pueblo que creyó que estaría a salvo entre altas murallas. Puede que cuando piso el suelo del Juzgado, si eso es lo que es, tenga bajo mis pies la cabeza de un magistrado como yo, otro sirviente canoso de un Imperio que, enfrentado finalmente al bárbaro, sucumbió en el terreno de su jurisdicción... Pero es el reconocimiento de lo aleatorio de mi malestar, de su dependencia de un niño que un día gimotea bajo mi ventana y al otro está muerto, lo que despierta en mí la vergüenza más profunda, la indiferencia más grande ante la destrucción. En cierto modo, sé demasiado; y una vez que uno se ve infectado de este saber no parece haber recuperación posible. Nunca debí haber cogido el farol para ver lo que estaba pasando en la barraca junto al granero. Por otro lado, no me era posible dejar el farol después de haberlo cogido. El nudo se enreda en sí mismo; no puedo deshacerlo…”

En consecuencia, por su misma estructura la obra se convierte en una tragedia moderna; pues el profesor universitario David Lurie, apasionado por la poesía de Byron y quien tiene en mente el proyecto de realizar su gran obra en algo musical como: “Byron en Italia, una meditación sobre el amor entre los dos sexos en forma de ópera de cámara”, se ve envuelto en una censura moral, por parte de la sociedad universitaria, al ponerse al descubierto sus amores con la joven Melaine Isaacs. Pero más allá de la toma de posición que puede hacer el lector, esta la idea de una obra que muestra a un sujeto anclado en el Destino y que una acción por sencilla o compleja que sea, logra virar el futuro. De hecho, tres cosas estaban ganadas para el protagonista: su pensión por el tiempo servido, su obra hervía a fuego lento y su deseo pues cada ocho días visitaba a Soraya en la puerta 113 de la Windsor Mansions. No obstante, la presencia de Melaine, como motivo de la caída, trastoca todo y David Lurie debe irse de la Ciudad del Cabo en busca de su hija Lucy. Después de verse obligado a dar el viraje su vida cambia y nos muestra los dos mundos que conviven: la ciudad con toda la infraestructura y el campo naciente donde logran hacer presencia formas y objetos citadinos aunque inservibles para la dura realidad del hombre y la naturaleza, pues ya sirve el diálogo, el lenguaje o la razón ya que por encima de ellos está la tradición, los pactos y los vicios del hombre cuando tiene que abrirse camino a golpes entre otros hombres que lo pueden matar. En Desgracia, cada personaje en la desolada Salem, actúa de acuerdo con las reglas de la imposición, la rigidez, la coerción y el abandono de la ley colectiva; mientras que en la Ciudad del Cabo representada en la Universidad es “una trituradora de habladurías” donde la “comunidad de los rectos, de los que tienen toda la razón, celebra sesiones en cada esquina, por teléfono, a puerta cerrada… Primero la sentencia; luego ya vendrá el juicio” y como en una novela de Kafka el absurdo se extiende por toda la obra y quedamos atrapados en un meollo que nos toca y nos hace caer en la cuenta, que no estamos ante unos extraños personajes sino que son parte de nosotros, que somos o tenemos una parte de alguno. Ahí esta el dolor de sentir una verdad: estamos hechos de la misma materia prima de aquellos personajes que odiamos o censuramos en la obra, y que como el tango “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo:

Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé . . . En el quinientos seis y en el dos mil también.Que siempre ha habido chorros,maquiavelos y estafaos,contentos y amargaos,varones y dublé.
Pero que el siglo veintees un despliegue de maldad insolenteya no hay quien lo niegue.Vivimos revolcaos en un merenguey en el mismo lodotodos manoseaos . . .
Aunque ambos mundos son similares pues la violencia los atraviesa se concluye que “Ahora no hay simpatía, no hay compasión para nadie en estos tiempos que corren” y la vida de su hija Lucy es una prueba de tal condición: su hija es violada por tres hombres, familiares de Petrus su vecino, y termina embarazada, conviviendo con el joven retrasado mental que la violó y como amante de Petrus. Duro final y por encima de ella toda la cultura que se aferra y a cada paso se galvaniza hasta transformarla y reducir esa mujer citadina, lesbiana, arrogante, valiente e imponente en una parte más de la tierra que asume su maternidad, su violación, su compra, su cosificación con resignación:

“Vuelve con Petrus – dice- Proponle lo siguiente: di que acepto su protección. Dique puede contar por ahí todo lo que le dé la gana acerca de nuestra relación, que yo no lo contradeciré. Si quiere que a mi me conozca en calidad de tercera esposa suya, así ha de ser. Si quiere que pase por ser su concubina, otro tanto de lo mismo. Pero acto seguido el niño pasa a ser también hijo suyo. El niño pasa a ser parte de su familia. En cuanto a la tierra, dile que estoy dispuesta firmar un contrato de venta y cederle la tierra con tal que la casa sea mi propiedad. Me convertiré en la arrendataria de una pequeña parte de su tierra…”


Toda la obra de gira en torno a una realidad novelada que da cuenta de la lucha de poderes que subyugan y deforman la estructura de los nuevos habitantes de esta. Desgracia es una palabra que corre lentamente por las líneas y que nos remite a la obra del brasileño Graciliano Ramos “Vidas secas”. Desgracia nos invita vernos y sentir ese terrible dolor de estar atados sin la leve ilusión de la libertad.

Alfredo Motatto M